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Foto del escritorBRUNCH

BÁRBARA BELLOC

Cristóbal de Licia, mártir del siglo III y santo patrono de los viajeros y el granizo, habría sido bautizado en la magnífica ciudad de Alejandro.

Habría nacido en África del norte, en los territorios móviles del Tamazgha o en la Media Luna fértil, primogénito y gigante.

Y habría sido un cynocéfalo (con cabeza y rasgos físicos de perro) o de alguna de esas subespecies, a causa del prodigio natural tan frecuente en esas regiones o en castigo por su belleza lobuna, encarnada en una figura de hombre enorme, de suavidad salvaje y brutalidad semisalvaje, tentadora para los ejemplares del otro sexo y las aguas femeninas de los ríos que él cruzaba mordiendo el aire, los remansos tramposos que olfateaba mientras cargaba a los creyentes, uno por uno, a través del tamiz del río.

Hasta que se presentó en la orilla el propio Cristo infante, aseguran las versiones no canónicas, el peso más pesado, inamovible, quizás el lastre espiritual definitivo.

Entonces Cristóbal, además de perro, monstruo y hombre, fue héroe.



Pero como nada es eterno, las tierras que habían estado por los siglos de los siglos apartadas de Dios pronto volverían a estarlo.

Y los perros, a pasar hambre.


Belloc (Argentina, Buenos Aires, 1964)



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