Me gusta el olor de mi cuerpo usado hasta el cansancio.
No el olor del cuerpo limpio.
No el olor del cuerpo sucio.
El cuerpo usado hasta la extenuación:
el sudor se evapora dejando una capa de sal
y un regusto de trigo y almendras
y cierto veneno indispensable para vivir.
Cuando me huelo los brazos y los hombros
busco a mi padre, el olor de la piel
requemada por el sol, su trabajo honesto,
el esqueleto de hierro y cemento,
la lengua condenatoria, su mano suave,
la mandolina
y los cuentos imposibles,
la palangana en la que lavaba sus pies,
su furia apocalíptica,
su perdón reticente.
Mi padre olía a sol, guerra, harina y desgracia.
Pero qué hermoso era oler su hombro,
el brazo cansado
la axila limpia
mientras el dedo de albañil
iba señalando las estrellas.
Di Benedetto (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, 1955)
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