El corazón tiene tan buena prensa
que se le vuelve en contra:
¿Quién le echa la culpa de su desgracia
al páncreas
a la amígdala
al lóbulo frontal
al callo plantal
al dolor de muelas?
Nadie.
Nadie.
¿Quién agradece su momento de felicidad
al dedo pulgar
al bigote
a las uñas
a la mucosa
a la nariz
al moco
al estornudo?
Nadie.
Nadie.
¿Quién dice amo tu hígado,
me enamora tu intestino delgado
y el trabajo de tus bacterias invisibles
o ese músculo de contraer el vientre,
y el diafragma que te parte en dos?
Nadie.
Nadie.
¿Quién escucha la canción de la pituitaria,
quién muere por tus caries,
quién se electrifica con tus neuronas,
quién toca el violín de tus tendones,
quién sufre por la electricidad en el codo
cuando el golpe da en el centro del electrón?
Nadie.
Nadie.
La razón y la culpa de todo es del corazón,
apenas puño de músculo, nervios, sangre y vacío
que trabaja no sabe para qué.
Corazón de hierro, dicen.
Corazón amante, dicen.
Corazón duro como piedra, dicen.
Corazón de piedra pómez,
lleno de agujeros y de aire
corazón que flota y trabaja
trabaja y flota,
inocente,
inimputable el muy bobo
Hasta que un día dice basta.
Di Benedetto (Argentina, Pcia. de Buenos Aires, 1955)
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