Los pequeños estímulos oníricos
Esta vez vino a consolarme
la luz de tus caderas
contra el fuego muerto del anochecer.
Había que hundir la risa
en la grieta de ese abismo:
caer hacia lo alto,
como una lluvia que regresa a la oscuridad.
Aquietado el ritmo de la vida
tuve que olvidar lo que fuiste.
Todo sueño es del dolor:
no deja llenar lo inconsolable.
Costilla (Argentina, Pcia. de Santiago del Estero, El Mojón, 1981)
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