Caras del amor
A esta ciudad le falta amor.
Los perros callejeros
cruzan delante de los vehículos
pero si acaso los chocaran no mueren
por los golpes, resisten,
como la luz velada por las plumas sangrantes
del verano cuando no llueve
y todo parece a punto de estallar.
En las plazas
los colores vomitan aceite y caramelo.
Las hamacas se balancean
con la risa de los vendedores
que despliegan algodones de azúcar
sobre los rayos salados de la siesta.
Las madres jóvenes se rascan el vientre
en señal de languidez
y en el centro del escenario se revuelca un niño
con cara de flor herrumbrada
por la tierra que muge el viento.
A esta ciudad le faltan ancianas,
ya no hay domingos para tapar la angustia.
Las ancianas sabían predecir el futuro
con sus caras devotas:
ese era un tiempo para todos. Se podía vivir,
no existían aún los finales.
Los adolescentes demoraban promesas
hasta que terminaran las vacaciones.
Definitivamente
a esta ciudad le falta amor:
desde aquí se puede ver cómo se pudre la tarde,
su cadáver es un perro destripado en la cuneta,
permanecerá ahí hasta que los gusanos formen pelusas
sobre el pavimento.
De qué está hecha esta ciudad:
por las noches, cuando el hambre de amor
cabalga hasta las gargantas
el humo de la basura quemada nubla la mirada de Dios.
Nada hay aquí,
sin embargo no se puede morder la cáscara
de la manzana podrida,
un mínimo gesto de felicidad podría destruirnos.
Costilla (Argentina, Pcia. de Santiago del Estero, El Mojón, 1981)
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