La dicha
El agua es llama,
latidos que extienden la sed.
El río nunca logra alcanzar el silencio,
por eso su corazón no puede dormir.
No sabría cómo
cuándo cerrar los ojos.
Durante el día
el bullicio de sus orillas se apodera
de su soledad sofocada de presencias.
Se oculta la oscuridad
cuando la noche sosiega a las voces en vilo.
La luna nos guía,
como una pastora a sus rebaños
hacia los posibles pastizales.
Vemos a los animales
que inventan las costumbres del mundo,
inician el movimiento,
transforman la dicha,
pulen el vidrio por donde el día se mira la garganta.
Siempre hay alguien
que prefiere el fulgor consagrado del río,
el rito de invitar a la voz nacida de la marea:
cuando la serpiente se arranca la piel,
el río abre los ojos, mira
como si fuera la primera vez,
demora su paso,
se hace invisible.
Costilla (Argentina, Pcia. de Santiago del Estero, El Mojón, 1981)
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