Nunca pude irme
En ciertas épocas
apretábamos los párpados
con fuerza, así el domingo no pudiera existir,
cesara o sólo fuera la proximidad
de una espera.
Nada de lo que intuíamos
tenía la solvencia carnal
de la arena al mediodía.
A lo mejor aún deseo nacer
en otros episodios,
destruir el círculo de los ojos
y ver cómo las luces
se empiezan a apagar
por el soplo del tiempo
en las profundas habitaciones
en las que podría encontrarme.
He habitado casas
en las que me refugio para siempre.
Nunca pude irme del todo,
asumían un brillo único
en las hojas del jardín.
Costilla (Argentina, Pcia. de Santiago del Estero, El Mojón, 1981)
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