Yo olvidé a mis amigos y mis amigos me olvidaron.
No los que viven en ciudades distantes sino los dueños
del reflejo de la misma luna sobre el empedrado.
Ya no tropezamos con sus piedras ni sus sombras,
más bien con los muebles del mundo interno
que ahora es el único mundo. Y no alcanza.
Yo extraño a los amigos que se fueron del mapa
y los que evaporados se quedaron mientras la luz
moría entre las amenazas de la noche. Recuerdos
compartidos nos alojan, la soledad sabe
a fruto descompuesto por más que la memoria
abrigue. Era juntos que mejor nos queríamos
y odiábamos, que podíamos reconstruir el tiempo.
Yo perdí a mis amigos, los dejé en una esquina.
Nos dijimos: Volveremos a vernos, tomaremos
ese café o ese vino. Después jugamos a la gallina
ciega entre pantallas y como no podía tocarlos
me confundía, tecleaba en vano la partitura
de una música que al final cesó de oírse. Permanecí
como quien quiere animarse a una aventura,
entre trabajos mudos, repetitivos, firmes
las pestañas de un ojo que jamás se cierra.
Y aun así lagrimea.
Salinas ( Argentina, Pcia. de Santa Fe, Rosario, 1976)
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