Tengo un corazón antiguo
incluso para los desbordados
frutos de la historia.
Decimonónico mi corazón
parece florecer
en el halo que desprende
el muchacho de la plaza
y su espalda apolínea.
Promesa y decepción
con esquirlas perfectas.
Un corazón teórico
que derrama excepciones,
ciego ante la evidencia
del desierto, sordo
a las trompetas
y al dios que responde
con un trueno, mudo
para la furia de la naturaleza,
dulcísimo en su religiosa
ferocidad.
Tengo un corazón antiguo
descatalogado en los brotes
más verdes, su fulgor
apenas relumbra
y ya es molde funerario.
Estas que ahora nacen
son las glicinas muertas,
no sus hijas bárbaras.
Tengo un corazón antiguo
atravesado por dos chicos
abrazados a la sombra
de una nube pasando
por el campo.
Un corazón pospolítico
con miriñaque
y conciencia social.
Tengo un corazón
que late en el murmullo
del agua, agua que es la voz
del padre de mi padre.
Un corazón primordial
enamorado de los latidos
yámbicos de mi madre.
Tengo un corazón antiguo
cercado por tres murallas
chinas, inaprensible
como el vacío
donde canta el pájaro
de la leyenda,
sólo de buen augurio
si vive en el mito.
Arritmia asintomática
dijo el cardiólogo, yo
digo un corazón anacrónico,
el corazón en la boca,
preverbal.
Tengo un corazón antiguo
guiado por voces
a la manera de los santos,
dilapidado entre glicinas
como el de aquel poeta
asesinado frente al mar.
Méndez (Argentina, Buenos Aires, 1965)
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